miércoles, 6 de enero de 2010

Día 2: Sin sentido

Si, mis años de adolescente, como los de todo el mundo, creo; fueron un sin sentido total. A mis trece años llevaba una vida académica impecable; una vida social aceptable y una relación de a penas unos meses. Jamás me cansaré de decir que las relaciones de parejas no deberían estar permitidas hasta las veinte años por lo menos. Con esa edad tienes consciencia de lo que haces, de quien eres y de lo que quiere; cosa que con trece no. Pero claro, como buena adolescente rebelde, gusta lo prihibido.
Dicha relación siguió a lo largo de los años, con sus más y sus muchos menos. Hasta que a los diecinueve años, consciente ya de lo que hacía, lo que era y lo que quería, me di cuenta de que nada de lo anterior coincidía con lo que tenía en aquel entonces.
Mientras tanto, entre los trece y los diecinueve años; en ese paso de adolescencia a juventud; a parte de la relación, llevaba una vida normal, como la de toda persona normal, sin saber aun que es lo que se entiende por normal. Los estudios avanzaban rapidísimo, al igual que los años. Siempre he tenido cuenta de los años por los cursos académicos. Los momentos que recordaba los asociaba a los años exactos gracias a los cursos, por eso no se que va a pasar con mi relación temporal cuando termine la carrera.
Había pasado por el bachiller y había entrado en la facultad. Comenzaba una nueva vida, un lugar diferente, unos horarios totalmente cambiados y una compañía desconocida. A los dieciocho años pisé por primera vez la facultad para dar mi primera clase universitaria. No conocía a nadie, estaba totalmente perdida, no sabía donde estaban las clases, subía y bajaba por escaleras diferentes (hasta que descubrí que ambas llevaban a las mismas plantas, solo que a un lado o a otro ¬¬') y empecé a odiar los asientos de las clases; el dolor de espaldas que dejan es insoportable. Al cabo de unos días el tabaco dejó de ser mi único amigo. Conocí en persona a una chica con la que había estado hablando a través de la página de la facultad, y junto con ella a tres chicas más y a algún que otro chico. Mi vida universitaria comenzaba a lo grande: barriladas, salidas, fiestas y un largo etcétera. Era un modo de vida distinto, alejado de la monotonía y contrario a una relación estable.
A los seis meses de estar en la universidad, decidí con mucho dolor abandonar una relación que no llevaría a nada; esa relación que era un sin sentido. Tras seis años, la persona que más había compartido conmigo, la que me había acompañado en todo momento, la que me había hecho sonreir y llorar, debía abandonar mi vida para siempre. La decisión no fue nada fácil, pero sí necesaria. Aquella locura terminaba con un final amargo, con cariño pero rencor, con amor pero también odio, con deseo pero desencanto. Ahora es cuando mi vida cambiaba, cuando en realidad las cosas serían distintas; ahora es cuando decidiría que mi vida era sólo mía y comprendería que era yo la que debía tomar las riendas.

"Y hoy analizo el pasado.
Ya estoy cansada, no quiero odiarte más.
Te puedo jurar que ya te he perdonado,
que hoy sólo me duele mi amor maltratado"

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